Mayte (Cádiz)
No lo esperaba. Había estado en otros funerales de gente cercana antes, pero nunca había visto nada parecido. Acabábamos de llegar. Yo había llorado ya en el coche. Mi tía era mayor y sabía que ese momento llegaría tarde o temprano, pero saber que ya no estaba era muy triste. Además, creo que también tenía miedo, o algo parecido, al momento de tener que dar el pésame a mi tío o a mi madre. Sabía que ellos más que nadie debían estar pasándolo mal y verles así iba a removerme por dentro.
Llevaba todo esto en la cabeza cuando entré en el tanatorio. Preguntamos qué sala era y al entrar, eché un vistazo rápido. Había bastante gente, pero los reconocí a casi todos. Estaban repartidos por la sala en distintos grupos, pero hubo uno de ellos que me llamó la atención de inmediato. Estaban mirando una pantalla. En ese momento todavía no sabía qué era, pero noté algo en ese grupo que me pareció extraño. Me fijé y vi que mi madre estaba allí, así que me acerqué.
La primera foto que vi debía tener unos treinta años. Estábamos en un huerto que mis tíos tenían cuando eran jóvenes. Allí, entre tomateras, mis primos, mi hermano mayor y yo, posábamos para la foto junto a mi tía, enseñando unos capazos llenos de tomates. No pude evitar volver a llorar en ese mismo momento. Aquel había sido un día feliz. Uno de tantos que había vivido junto a mi tía. Me acordé de los gritos que nos daba a todos los primos cuando se nos caía un tomate. Del olor de aquel huerto. De cómo me gustaba quedarme dormida encima de ella después de comer. Todo aquello me vino a la memoria de golpe y tuve la sensación de que mi tía estaba cerca.
Mi madre se me acercó y me cogió del brazo. Las dos nos miramos llorando y sonriendo. No hizo falta más.
Roberto (Álava)
De entrada, a mi padre no me gustó nada la idea, la verdad. Le parecía una falta de respeto que hubiesen puesto una pantalla en la sala de un tanatorio y le daba miedo lo que fuese a verse allí. Era el funeral de su madre, mi abuela, y el hombre no estaba de humor para tonterías, como él dice. Pero yo le pedí de todas formas al responsable del tanatorio que me explicase cómo funcionaba la aplicación. Era gratis y yo tampoco estaba teniendo precisamente un buen día, así que me vino bien tener algo con lo que entretenerme. Pedí en el grupo de whatsapp de los primos que me enviasen fotos que tuviesen con la abuela y no tardaron en llegar. Mi primo Juan tenía una de cuando no tenía ni siete años, jugando con la abuela, el abuelo y su hermana al cinquillo en una mesa de camping. Marga, la mayor de todos los primos, tenía una foto del día de su primera comunión. Ella estaba feísima, vestida con un traje de tul amarillento que había heredado no sé de quien. Marga sale en la foto llorando en brazos de la abuela, que sonreía como quitándole importancia a la pataleta de la niña. No sé cómo se atrevió a enviarla. Ahora es la imagen del grupo de wahatsapp de los primos.
Como esas dos, fueron llegando más fotos. Y al mismo tiempo también fueron llegando mis primos al tanatorio y fue curioso porque, al vernos, sonreíamos. Todos estábamos pasando un mal día. Todos queríamos a la abuela a rabiar. Pero por eso mismo, recordarla a través de las fotos nos estaba trayendo muy buenos recuerdos a todos. Hacer aquella recopilación hizo que nos sintiésemos mejor. Hizo que aceptásemos mejor la idea de que la abuela ya no estaba, porque sabíamos que todos habíamos pasado muy buenos momentos con ella a lo largo de todos los años que estuvo viva.
Cuando ya habíamos reunido unas quince fotos, me acerqué a mi padre. No le expliqué de donde habían salido, solo le enseñé las fotos en el móvil y se puso a llorar. “Madre mía, el camping de Galdona, pues no hace años de eso. ¿Le has enseñado esto a tu madre?”. “Si quieres, puedo ponerlas en la pantalla, para que las vea todo el mundo papá.” Le cambió la cara. Como si acabase de comprender qué era aquello que le había explicaco el responsable del tanatorio hacía ya un par de horas. Me dio permiso para hacerlo y en un momento toda la familia estaba reunida alrededor de la pantalla comentando mil anécdotas y enviando fotos nuevas.
Tengo un buen recuerdo de aquel día. Un día que había empezado mal, porque era el día en que tenía que despedirme de mi abuela, acabó bien, porque sentí a mi familia unida.